(DE LA PINACOTECA U. DE CONCEPCIÓN).- Esta exposición perteneciente a la Pinacoteca de la Universidad de Concepción, reviste las condiciones de un viaje. Oswaldo Guayasamín (Quito, 1919-1999) y Santos Chávez (Arauco, 1934-2004) descriptivo el primero y afectivo el segundo se desplazan singularmente por los distintos parajes asociados a sus intereses tanto pictóricos como ideológicos, sin dejar de lado, por cierto, la reflexión sobre las otredades de que forman parte con mayor o menor intensidad.
El ecuatoriano, quien recorre “la belleza de América extendida” sublima la visión paradisíaca del hombre americano anterior a la llegada de los conquistadores, su mitología, religiosidad e intensa vitalidad para luego derivar, a través del expresionismo latente, aún en su propuesta paradisíaca, a la descripción “del otro”, del extranjero, del foráneo. La crudeza del blanco y negro estremece tanto como la vitalidad del color que, a pesar de su evidente polaridad, dialogan sistemáticamente, acusando sin más la recíproca necesidad de los mundos encontrados, que aunque distintos justifican su existencia en cuanto se conectan con el otro. “Mujer pájaro”, “Virgen del sol”, “Los conquistadores”, “Recaudador de impuestos”, entre otras, ejemplifican muy bien el carácter descriptivo de la obra del quiteño, a la vez que proyectan dimensiones críticas, históricas y personales sin olvidar el principio de la otredad.
El chileno (mapuche tendríamos que decir con toda rigurosidad), en cambio, se agencia con los motivos de su obra de una manera distinta. Si bien la dimensión subjetiva se encuentra presente en su producción, la deja en un lugar secundario para desplegar en primer orden el agenciamiento afectivo propuesto por la cosmovisión mapuche. Santos Chávez se integra afectivamente con el mundo mapuche, del que forma parte y cuya plusvalía defiende explícitamente, de tal manera que suministra un estatus distinto no sólo al mundo puesto en evidencia en su obra, sino también al mundo privado, a la realidad mapuche absoluta en que sujetos como él pueden lograr esa plenitud sustentada en el respeto y admiración por la madre tierra, ese otro sujeto de la obra del grabador. “La ventana de mi vida”, “Mi amada tierra”, “Recordando un sueño” y “Trigal del sur” denotan como la descripción de los motivos dan paso a la incorporación del sujeto en la obra, cuestión que tiene interesantes proyecciones si pensamos que una de las “labores del arte” consiste en desocultar la realidad, ponerla frente a los ojos, justificarla como existente, aun cuando se halla silenciada y mitificada como subversiva. El mundo indígena entonces cobra relevancia, se exhibe y manifiesta como absoluto, con la validez y la voz de la diferencia en estos dos autores, cuyo origen es determinante para la construcción de su discurso artístico.