“El Niño del Plomo”: película sobre los misterios de uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de Los Andes llega a la Casa del Arte Diego Rivera

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Este 4 y 5 de noviembre desde las 19:00 horas se podrá ver en la Sala Mafalda Mora de la Casa del Arte Diego Rivera la cinta de Daniel Dávila, coescrita junto a Elisa Eliash (“Mami te amo”) musicalizada por Luna In Caelo con la participación del productor británico John Fryer (Depeche Mode).

“El 1 de febrero de 1954, tras muchos años buscando un legendario tesoro en la cordillera de Los Andes, dos pirquineros chilenos descubrieron en la cumbre del cerro El Plomo, a 5400 metros de altura, el cuerpo de un niño Inca congelado por más de 500 años. Un niño muerto en un sacrificio ritual no era el tesoro que esperaban encontrar, sin embargo, decidieron llevarlo a Santiago, la ciudad a los pies de la cordillera, dejando a la montaña sin su tributo sagrado”.

Con esta información comienza “El niño del plomo”, película dirigida por el director y músico Daniel Dávila –y coescrita por la destacada cineasta Elisa Eliash (“Mami te amo”)– que tuvo su estreno comercial en salas chilenas el pasado 20 de octubre y que este 4 y 5 de noviembre llega a la Casa del Arte Diego Rivera, para ser exhibida en la sala Mafalda Mora a partir de las 19 horas.

La introducción dará paso a un recorrido por un Santiago inhóspito en el que progresivamente se asomará una cordillera majestuosa que albergará a los personajes: una mujer y un niño que emprenden un enigmático viaje al Cerro El Plomo, cumbre sagrada Inca. Mateo es quien fuerza la expedición. Siente que hay un vacío y oye un llamado. Scarlett, su nana, desesperada por volver al refugio, trata de ignorar la voz de la naturaleza, pero la montaña exige a su niño de vuelta.

DÁVILA: “Es una película ritual, un viaje audiovisual, poético y onírico”

Daniel Dávila, el director, cuenta que la película nació estando en la cordillera vio una foto con los nombres de las cumbres del sector, entre las que destacaba la del cerro El Plomo por ser la más alta del conjunto. “Recordé que habían encontrado un niño Inca congelado en la cumbre de ese cerro a 5400 metros como ofrenda ritual. Al ver el cerro en directo, me impresioné de que, a pesar que ya estaba sobre los 3000 metros, la cumbre del Plomo aún se veía tan lejos, tan difícil de llegar. No pude evitar preguntarme cómo pudieron los antiguos escalar esa montaña, no sólo desde el punto de vista físico, las dificultades, el frío, la falta de oxígeno, etc. Me intrigaba qué fuerzas interiores los motivaban a subir, cómo fue la experiencia del niño y quienes lo llevaban, qué sensaciones vivieron ellos durante el viaje. El viaje, en el sentido amplio de la palabra. Y entonces me pregunté si habría alguna manera de representar ese viaje multidimensional a través de una obra audiovisual, una película”, destaca el cineasta, quien define a la obra como “una película ritual, un viaje audiovisual, poético y onírico que nos invita a redescubrir la importancia espiritual y cultural de nuestro paisaje cordillerano y su relación con nuestra ciudad”.

Esa experiencia de inspiración llevó a Dávila a profundizar en el tema. “Al comenzar a investigar sobre el tema del Niño del Plomo, encontré muchos antecedentes históricos, antropológicos, culturales, muy fascinantes, por cierto, pero sentía que había una barrera: desde nuestra sociedad occidentalizada y en particular en nuestro Santiago/Chile, miramos a las sociedades andinas prehispánicas como algo pasado, lejano, sin relación con nuestra existencia, y en ese sentido la ceremonia Inca de ofrenda del Niño del Plomo, un sacrificio humano como parte de la celebración de la “Capacocha”, se describe fríamente por los textos como una “práctica cultural”. Tuve la fortuna de compartir estas ideas con la antropóloga Victoria Castro (recientemente fallecida) quien, gracias a sus trabajos de campo en el altiplano chileno, entendía a la cultura andina como algo vivo, actual y vital para los pueblos del altiplano, donde el diálogo con la Naturaleza / Pachamama es cotidiano. Frente a mi pregunta “¿qué pensaban?, ¿qué sintieron los Inca que participaron en la ceremonia del cerro El Plomo mientras subían?”, su respuesta me resultó fundamental para definir el estilo narrativo de la película: “los Inca son un misterio, es imposible de saber qué sentían, eso sólo se puede intuir”.

Bajo esa premisa, busqué mi interpretación personal del rito y cómo plantear la película”.